La corrupción como sistema

Opinión - Paqui Chaves Sánchez

www.nosolomerida.es | Opinión | Paqui Chaves Sánchez | La culpa la tiene el sistema. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Todo parecía ir muy bien: las cuadrillas de trabajadores salían de sus pueblos de lunes a viernes porque en la gran ciudad se ganaba mucho dinero, incluso sin salir de Mérida los oficiales de albañilería cobraban más de tres mil euros mensuales; eran los tiempos de los chalés adosados; de los apartamentos en la playa; de las casas de campo; de los coches nuevos. Y de la noche a la mañana cinco millones de personas se encontraron sin trabajo y, lo que es aún peor, sin posibilidades de conseguirlo.

Ahora, diez años después, sin que nos hayamos recuperado del mazazo, vemos cada día que los políticos que debían defender nuestros derechos se han dedicado a amasar grandes fortunas en el extranjero a costa de cobrar comisiones inflando los costes de las obras públicas, que se pagan con el dinero de nuestros impuestos. Los banqueros que te metían los créditos por los ojos porque ganaban mucho con los intereses han hundido las Cajas públicas, han echado de sus casas a muchas familias sin ningún tipo de contemplaciones, nos cobran comisiones hasta por respirar, mientras se suben los sueldos de manera indecente y se jubilan con pensiones millonarias que no podrán gastar en lo que les quede de vida. Todos esos empresarios que pagaban a los políticos y conseguidores, que repartían regalos carísimos como si fueran chucherías, se apresuraron a presentar los ERES para despedir al mayor número posible de trabajadores y mantener sus patrimonios intactos hasta una mejor ocasión. Y nos hemos visto metidos en el agujero negro de esta crisis sin saber muy bien cómo ha sido.

Pero sí lo sabemos. Todos sabemos cómo ha sido pero preferimos mirar para otro lado y echarle la culpa al sistema, como si la corrupción fuera una cosa inevitable. Y hay hasta quien se conforma con que los corruptos devuelvan el dinero.    

Desde 1996 se han vendido aproximadamente 50 empresas públicas que han pasado a manos privadas y están generando muchos dividendos a sus dueños y muchos dolores de cabeza a la ciudadanía normalita, como Telefónica, Endesa, Gas Natural, Aceralia, Tabacalera, Repsol, Iberia…, vamos las joyas de la corona. Esas ventas han supuesto para el Estado 30.000 millones de euros que, al parecer, se han volatilizado como por arte de magia, porque ya vemos que no queda dinero ni en la hucha de las pensiones, mientras los nuevos dueños tienen sueldos multimillonarios y muchos de sus ejecutivos son los políticos que cambiaron el sillón del Congreso y la Moncloa por uno más lucrativo.

Ha sido la época de las obras faraónicas en las ciudades y en los pueblos. Se declaró el boom de las rotondas y las grandes avenidas porque era sinónimo de ciudad importante y las oficinas de urbanismo municipales entraron en una dinámica de trabajo frenética. Ya no se arreglaban los baches ni las pequeñas obras, todo lo que se construía costaba millones de euros. Y es que era en las grandes obras donde se podía “distraer” el dinero público sin que se notase demasiado. La táctica implantada pasaba por adjudicarle la obra a determinada empresa que ofrecía un presupuesto de un precio medio (sin llegar a salir de ojo por demasiado bajo) para luego, a lo largo del desarrollo del trabajo, presentar uno, dos o tres proyectos modificados que aumentaban una y otra vez el precio final hasta doblarlo o triplicarlo. Muchas de estas obras las hacían empresas de familiares de los políticos que gobernaban. Durante los nueve años en que fui concejala del ayuntamiento de Mérida algunos empresarios me amenazaron públicamente con meterme en la cárcel por denunciar estas prácticas, cosa que nunca sucedió, sobre todo porque no les interesaba que se investigara en profundidad.

Se construyeron urbanizaciones de cientos y miles de viviendas en lugares sin garantías de tener acceso a luz y agua suficientes, en lugares protegidos, a pie de playa y casi en cualquier lugar que se pudiera vender. Después se nos creó la necesidad de comprar esas viviendas porque era sinónimo de triunfadores. Había que enriquecerse en un par de años, cambiar de piso, comprar coche nuevo y casa en la playa. Ser mileurista era una mancha para cualquier persona. Cuando los precios se dispararon por la excesiva demanda, se pidió a las administraciones que se pusieran a la altura del mercado y construyeran muchas viviendas más baratas. Había que consumir a destajo.

Los servicios municipales de agua, gas, basuras, limpieza, jardines… fueron privatizados y pasaron a manos de grandes empresas, siempre las mismas, que se llevan todos los años un buen pellizco de los presupuestos municipales, mientras el número de empleados en ellas es cada vez menor y el trabajo realizado cada vez peor.

Aprovechando las ventas de las empresas públicas y el beneficio obtenido se nos bajaron algunos impuestos “para que el dinero estuviera en el bolsillo de la ciudadanía”. Aquello fue un espejismo, las grandes empresas nos subieron los precios, las administraciones también para compensar lo que ingresaban de menos y se produjo la tormenta perfecta. No es que el sistema estuviera corrupto, es que se había implantado la corrupción como sistema. Y lo que es aún peor, gozaba de impunidad absoluta. Las pocas denuncias que se presentaban se dilataban en el tiempo o se archivaban directamente por los jueces. Los mecanismos de control no han funcionado nunca porque las personas que dirigen esos organismos están puestas allí por los partidos que gobiernan (Tribunal de Cuentas, CNMV, Inspecciones…)

Es cierto que hay muchos políticos, empresarios, técnicos, funcionarios corruptos pero cada vez que alguien dice que son todos iguales contribuye a que la corrupción siga siendo el sistema que funciona en España. Siempre que una persona dice que todos somos corruptos porque alguna vez no hayamos pagado el IVA de algún arreglo está justificando la corrupción y dándole alas.

Tenemos que abrir las ventanas para que entre aire limpio y cerrar las puertas a los corruptos, sean del partido que sean, con nombres y apellidos, sean empresarios, técnicos o funcionarios. No basta con que devuelvan el dinero, tienen que entrar en la cárcel cuando el delito lo requiera y tienen que ser inhabilitados para cualquier cargo público o para ejercer su profesión. Hay que cambiar el sistema sí. Hay que acabar con la corrupción o ella acabará con nosotros. Y no valen excusas ni mirar para otro lado. La corrupción no es una invitada molesta, es la gangrena que pudre y mata.

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