Fedra, segunda parte
Escrito por Tiresias Sábado 25 de Agosto de 2018 00:00
FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA - FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA
www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Hipólito | Asegura Emilio del Valle, director de escena y coautor de la dramaturgia y la versión de ‘Hipólito’, que su propuesta —escrita a cuatro manos junto a Isidro Timón— “se inspira en las dos composiciones de Eurípides, la fracasada y la exitosa, teniendo en cuenta la ‘Fedra’ de Sófocles”. Mas sucede que el ‘Hipólito velado’ con el que Eurípides escandalizó a sus coetáneos se perdió por el camino de los tiempos, mientras que de la ‘Fedra’ de Sófocles solo se conserva un puñado de versos, así que… difícilmente. En realidad, el espectáculo que cierra la programación del 64 Festival Internacional [sic] de Teatro Clásico de Mérida es una (muy particular) revisión del ‘Hipólito’ estrenado en el año 428 a.C. por Eurípides; una versión corregida y aumentada —con más que discutibles resultados— de la ‘Fedra’ ofrecida en esta misma edición por Paco Bezerra y Luis Luque. Lo que allí era “un todo poético pero accesible” —perdón por la autocita—, aquí es una nada ordinaria y enmarañada. Y así, sucesivamente.
La receta extremeña para presentar los amoríos no correspondidos de Fedra mezcla, sin ton ni son, malsonante lenguaje de la calle con innecesarios guiños a la contemporaneidad, dando lugar a una indigesta ensalada que solo se deja saborear gracias al aliño de algunos emocionantes parlamentos. Si la semana pasada, en referencia a la tropelía cometida por Miguel Murillo con ‘La comedia del fantasma’ plautina, el cronista advertía de que “a nadie en su sano juicio se le ocurriría trufar una tragedia de Esquilo, Sófocles o Eurípides de bochornosas referencias” a la rabiosa actualidad —perdón, de nuevo, por el ombliguismo—, ahora no puede sino lamentarse de que el tándem Del Valle-Timón le obligue a tildar de insensatez decisiones como la de incrustar en su tragicomedia la sintonía del programa ‘Con las manos en la masa’. La cancioncilla de marras, compuesta por Vainica Doble y popularizada a dúo por Gloria van Aerssen y Joaquín Sabina a mediados de los ochenta, es interpretada aquí y ahora por el coro, con las voces solistas de las diosas Afrodita y Artemisa, al son de un rudimentario menaje de cocina y a ritmo de rap. Pero, lo que en otras circunstancias hubiera tenido su puntito, le sienta a este ‘Hipólito’ como a un cristo dos pistolas.
En cuanto a la puesta en escena, los tics de Del Valle se repiten, y eso se agradece, porque ahí radica la fuerza de sus montajes. En 2011 envolvió en un coro de payasos a una desnudísima Anna Allen en la ‘Antígona, siglo XXI’ que se representó en un rinconcito de la Alcazaba árabe. Y ahora, en 2018, vuelve a arropar con elementos circenses la desnudez de Camila Almeda. La elección de telas acrobáticas para escenificar los suicidios de Fedra e Hipólito ante la ‘valva regia’ se nos antoja una acertadísima elección, si no por su originalidad —ya las utilizó Hansel Cereza en ‘Sangre de Edipo’ (2005)—, sí por su eficacia dramática. Sin embargo, la selección musical, que otras veces ha sido capital en el éxito de este equipo artístico —la charanga de la citada ‘Antígona’, por ejemplo—, en esta ocasión resta enteros al espectáculo y, a menudo, lo único que consigue es sacar al espectador de la función.
Suerte que la Fedra encarnada con pasión por Almeda rescata la atención del público con cada aparición. Merced a un delicado trabajo, su personaje vuelve a erigirse en el protagonista de la tragedia —pese a que en esta versión su rol sea secundario—, y deja en mal lugar al Hipólito de Alberto Amarilla, que en una nueva muestra de querer y no poder escupe más que habla, y a la nodriza de Cristina Gallego, que lucha sin demasiado éxito por sobreponerse a una insalvable diferencia de edad y de experiencia. El Teseo interpretado por José A. Lucia abusa de un forzado dramatismo, aunque defiende su desolación con solvencia, mientras que las diosas convertidas en mortales por Amelia David y Mamen Godoy representan con pesadez su peliagudo cometido de juez y parte, de maestras de una ceremonia que ganaría en emoción sin su (excesiva) presencia.