Las primarias y la mala memoria

Opinión - Cartas

El anuncio de Rodríguez Zapatero de no acudir a las urnas como candidato para las próximas elecciones generales ha puesto sobre la mesa el debate sobre la identidad de quién será la persona que encabece la lista del PSOE en la apuesta hacia La Moncloa. Hasta este momento tan sólo conocemos cual será el método (inicial) por el que se elegirá al susodicho/a.

Desde el PSOE se pretende vender la elección de este proceso como un elemento de diferencia con el PP, lo que por una parte es una maniobra brillante y por otra, una estafa en toda regla. Efectivamente, la apertura de un proceso de primarias pondrá en el centro de la atención política al PSOE, alejado momentáneamente de las responsabilidades políticas de este partido en la gestión  de la crisis, y centrado la agenda política en las virtudes democráticas de su organización. No está mal.

Como ya se ha dicho en multitud de ocasiones, una de los principales cometidos electorales de cualquier formación política es marcar la diferencia con respecto a sus competidores, y eso es lo que está intentando el PSOE. Eso está muy bien, sobre todo si fuera cierto.

En primer lugar debería quedar bien claro que el mecanismos de las primarias es absolutamente ajeno a los sistemas políticos continentales, aunque eso no tiene porqué significar que rechacemos su práctica.

La elección directa de los candidatos por parte de afiliados de los propios partidos encuentra su espacio en la cultura política estadounidense, en la que en buena medida, los candidatos se erigen como tales en tanto que son capaces de demostrar su capacidad para lograr la financiación necesaria para pagar su campaña. En EE.UU no existen partidos al uso, o no al menos tal y como los conocemos en Europa. Las estructuras partidistas son las generadas por los propios candidatos en torno a sí mismos. Su independencia económica es el pilar fundamental sobre el que descansa su autonomía. Soy el candidato porque puedo pagarlo, o bien por que dispongo de los apoyos necesarios para que alguien pague todo esto. Esta forma de financiar la actividad política es fruto de la falta de implicación de los poderes públicos en la financiación de las elecciones y la actividad de los partidos políticos, los cuáles deben acudir a los donantes privados para obtener sus recursos, lo que provoca que la vida política se convierta en un mercado en manos de las grandes corporaciones con mayor capacidad de financiación, en lugar de los ciudadanos o de los poderes públicos.

Esta lógica supone la práctica inutilidad de estructuras partidistas, y es por ello que la  homogeneidad ideológica no es un requisito ineludible entre los miembros oficiales de un mismo partido, hasta el punto que muchos expertos niegan el carácter de partido político a las organizaciones en torno a las que se aglutinan demócratas y republicanos en EE.UU.

En España todo es distinto. La financiación de la actividad política proviene, o debería, de las arcas públicas, lo que entre otras cosas nos dota de mayor independencia frente a los mercados, pero por el contrario deja a los posibles candidatos en manos de los respectivos aparatos del partido, que son los que reciben los fondos y los administran. ¿Qué pasa en España cuándo un proceso de primarias se resuelve en contra de los deseos de ese aparato-administrador? Pues muy sencillo, que si la plaza a cubrir es realmente importante el candidato electo por las bases tiene los días contados, digan lo que digan las urnas y los militantes. Eso fue lo que le ocurrió a Josep Borrell, deseado por las bases y denostado por un organización que le negaba fondos hasta para hacer fotocopias.

Pero es asunto no termina ahí. El PSOE ya nos demostró en el pasado su desprecio por los resultados de los procesos de primarias, y a pesar de todo pretende convencernos de todo lo contrario, como si la memoria no existiera ni sirviera para nada.  Es por esto que  la exhibición de democracia interna que se pretende exponer es inusualmente burda. Los resultados se respetarán sólo en el en caso de que sean los deseados por la dirección federal del PSOE. Así de sencillo.

Algunos podrán argumentar que eso no siempre ha sido así, y que el lamentable ejemplo que supuso el descabezamiento de Borrell no tuvo su correspondencia en el proceso que situó a Tomás Gómez como candidato del PSOE en Madrid. Lo único que permitió la supervivencia de este señor como candidato fue precisamente la oposición brutal, oficial, pública y publicada de  la dirección federal a su elección como candidato. Algo que en ningún caso ocurrió con Borrell. En el caso de la Comunidad de Madrid la operación hubiera sido demasiado obvia y ultrajante, a la par que no debemos olvidar lo siguiente: Madrid está perdida.

Lo peor es que a pesar de todo lo anterior, nuestro querido Presidente no tiene otra ocurrencia que la de vender una imagen del PSOE como enemigo del “dedazo”. ¡¡¡Madre mía!!! Supongo que las carcajadas en las sedes del PSOE por todo el país habrán sido difíciles de contener. No sólo practican el dedazo, sino que cuando lo intentan disfrazar con unas primarias se pasan por el arco el resultado y recuperan el dedo índice como instrumento de selección del candidato. ¿Ejemplos? Todos, o casi. ¿Alguien se cree de verdad que Ángel Calle se hubiera convertido en candidato del PSOE en Mérida sino llega a ser por el dedazo de Rodríguez Ibarra?

Me vienen a la cabeza otros episodios vergonzantes de falta de democracia en otros partidos, como puede ser el PP. Seguro que podrán recordar esa noticia en la que afiliados del PP denunciaban que un concejal de su mismo partido había inscrito a más de 30 personas en su propio domicilio para que votaran en Mérida a favor del señor Acedo, para su elección como líder regional de esta formación política. Patético.

Lo bueno del PP es que siempre ha sido más coherente, nunca niega su propia naturaleza, ni atiende a ridículas escenificaciones con las que no se identifica, lo malo del PSOE es que quiere ser distinto del PP pero nunca lo consigue.

Sin duda alguna la democracia de nuestro sistema político encuentra uno de sus grandes enemigos en la falta de democracia que sufren la organización interna de los partidos políticos. Hoy en día eso es una cuestión objetiva e incuestionable, aunque también es cierto que ejemplos hay para todo. Desconfíen de aquellos que les digan lo contrario porque les estarán mintiendo. Zapatero es uno de ellos.

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