Astracanada localista

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Los Pelópidas | A quienes la inclusión de un autor como Jorge Llopis en la programación del Festival de Mérida les haya cogido desprevenidos, deberían bastarles un par de referencias para juzgar la pertinencia de tal atrevimiento: 1) fue colaborador habitual de ‘La Codorniz’, “la revista más audaz para el lector más inteligente” fundada por Miguel Mihura; y 2) su obra más popular se vendió (y se vende) como ‘Las mil peores poesías de la lengua castellana’ e incluye “nociones de gramática histórica, rudimentos de retórica y poética” pero, sobre todo, “un falso florilegio de poetas laureados”, que traducido al román paladino viene a ser una (deliciosa) recreación paródica de las composiciones más recordadas del canon poético en español. Partiendo de esas dos premisas, parece lógico cerrar el silogismo advirtiendo que el autor alicantino fue uno de los mayores coñones del reino y que murió, hace ahora cuatro décadas, entregado sin remedio al vicio del ripio.

 

‘Los pelópidas’ supuso su más logrado acercamiento al terreno teatral, pues semejante astracanada le permitió dar rienda suelta a sus dos grandes pasiones: el chiste y el verso. Remedando las intenciones de Pedro Muñoz Seca con ‘La venganza de Don Mendo’ —aunque con desigual fortuna—, http://www.festivaldemerida.es/fotos/fotos_prensa/1975/files/1975_fichero_1.jpgLlopis se propuso sintetizar a base de retruécanos la truculenta enjundia de las tragedias griegas, ofreciendo un cachondo culebrón ‘avant la lettre’. Sus pelópidas tienen poco que ver con Atreo o Tiestes —los verdaderos frutos de Pélope en el árbol genealógico de la mitología griega—, pero toman prestados de sus referentes nominales sus más identificables señas de identidad: enrevesados lazos familiares; insaciables luchas de poder; y, como consecuencia de ello, toneladas de violencia desatada. Lo que sucede es que el autor pone todo su empeño en rebajar la tensión dramática, con el loable propósito de hacer más digerible tanta solemnidad clásica.

Ahora que se cumple medio siglo del estreno de ‘Los pelópidas’ en el Teatro Bellas Artes de Madrid, el ubicuo Florián Recio firma una versión que actualiza la original —según sus propias palabras— con ínfulas universalizadoras pero que, por lo visto y oído, parece más atenta a satisfacer al público doméstico —a base de localismos y tipismos— y a su propio ego —llegando a personarse en el propio texto con nombre y apellido—. Pese a todo, no se le puede negar un puñado de aciertos entre los añadidos coyunturales, especialmente cuando estos se recrean en el cancionero popular.

Con este romancero preñado de anacronismos, demasiado atento al aquí y ahora —especialmente desafortunado en sus alusiones (socio)políticas a la rabiosa actualidad—, Esteve Ferrer diseña una puesta en escena dinámica y chispeante que roza la gloria con algunos hallazgos dignos de mención, como un coro desvergonzado y (auto)suficiente del que no conviene desvelar mucho más, pero peca de confiado al incluir un larguísimo estrambote que, pese a desfacer el entuerto con gracia, atrofia el ritmo de la función cuando flaco favor le hace. A ello contribuye un reparto que mantiene el (manifiestamente mejorable) nivel habitual de eso que se ha dado en llamar ‘producciones extremeñas’, en el que sobresalen por méritos propios Juan Carlos Tirado, cada vez más maduro, contenido y versátil, y Ana García, que se adueña de la función con una desenvoltura que promete cotas más altas.

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