De Santander a Mérida, para vivir en la calle

Opinión - Editorial

www.nosolomerida.es | Pasa desapercibido para la gran mayoría de emeritenses, sólo los lugareños del vecindario se han enterado que desde hace casi un mes tienen un nuevo vecino. No vive en chalets ni en viviendas de protección oficial.  El mundo es suyo e intenta no molestar a nadie.

A José le cuesta hablar, no por falta de comunicación, sus recuerdos dan señales de sufrimiento. Heridas mal curadas, que aunque el resto del mundo pueda pensar que “se lo merece” no puede existir nada más cruel que la soledad y la distancia de los seres queridos.

José nació hace 35 años en la bellísima Santander, pero desde muy temprana edad se convirtió en  un joven rebelde. No habla de sus estudios pero se siente carpintero, oficio al que parece dedicó algún tiempo y en el que se hubiera fabricado su propia cruz. A su ser más querido le ha comentado que anda por Madrid para que no lo puedan localizar. “Hoy estoy aquí y por aquí andaré siempre que no moleste a ningún vecino. Puedo cambiar de lugar cada día si alguien se siente molesto” nos ha dicho con resignación y mucha educación.

Son de esas vidas que tienen un peso muy especial, sufrir en silencio y en soledad debe generar una sabiduría muy profunda. Conocer 35 años de drama no suele provocar bienestar. “Me he marchado de Santander porque estoy cansado de la policía. Me mandaron a prisión durante tres años por un delito que no había cometido” nos dice respirando profundamente. Todo ello mientras se come un bocadillo. Le cuesta hablar pero su trato afable incita a permanecer a su lado. En silencio. Una pregunta, una respiración profunda. Una respuesta precisa. Silencio. Miradas. Pregunta. Respuesta concreta. Sinceridad. Pregunta. Propuesta… dolor asesino.

Si, mirada triste. Palabras concretas. Recuerdos hirientes. Dolor permanente.  “Me he marchado de Santander porque la policía me iba a buscar por cualquier cosa que ocurriera en la ciudad. No me dejaban en paz. Los “amigos” no se cortan un pelo y me veía envuelto en todas las historias que terminan con la policía investigando”.

“Como en el comedor social. Allí me ducho y arreglo un poco, lo que puedo. Lavo la ropa en el río e intento no estar acostado cuando los vecinos comienzan a salir de sus hogares”.  José no habla por no molestar, vive intentando que los vecinos no se encuentren molestos por su presencia, aunque entiende que un sin techo no suele ser bien visto en el entorno.

“Me han arrebatado tres años de mi vida. Me enviaron a la cárcel sin cometer el delito. No quiero más problemas con la policía, por eso me he marchado y he dejado atrás todo lo que me genera problema y conflictos con la autoridad. Quiero vivir tranquilo, al ritmo que me permita la vida, pero sobre todo no quiero problemas. He dejado las drogas, ahora solo fumo tabaco normal y bebo”. Sincero. Como si el tabaco y el alcohol no fueran drogas. Eso sí, están aceptadas por la sociedad.

Cuántos ladrones de guante blanco, estafadores de alta y baja alcurnia. `Manejadores´ de dineros públicos y privados que han amasado fortunas de forma tan ilícita como poca vergüenza tienen y sin embargo salen a la calle con todos los derechos sociales garantizados. Él dispone de un cierre de un ente público como tendedero para colgar la ropa que lavó en el río a primeras horas del día.  Los pobres que hayan tenido la desgracia de engancharse a las drogas se verán marginados de por vida. ¡Perra suerte!

Allí le dejé, con su bocadillo. Comenzando a llover, por hogar el cielo, con un colchón de espuma y casi una decena de cartones que le harán de mantas esta noche que seguramente será una de las más frías del año.  

 

 

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