Vencedores y vencidas

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Troyanas  | Si hace un par de semanas ‘La Orestiada’ nos mostraba el eterno desasosiego en el que (mal)vivían instalados los vencedores de la guerra de Troya, haciendo hincapié en la sangrienta cadena perpetua a la que quedaron condenados todos y cada uno de los miembros de la saga de los Atridas, en ‘Troyanas’ asistimos a las devastadoras consecuencias que el legendario conflicto provocó en las vencidas, las viudas y huérfanas del ejército derrotado, que fueron repartidas entre los griegos como cabezas de ganado. Esquilo se ocupó de la culpa de los triunfadores mientras Eurípides hacía lo propio con el dolor de las humilladas, convirtiendo su tragedia en el paradigma de la (más que justificada) queja femenina ante los (indecentes) abusos del hombre.

La versión de Alberto Conejero se toma demasiadas licencias —para (dis)gusto del cronista—, la mayoría en detrimento del resultado final. El excelso lenguaje del original se rebaja (casi) a nivel escolar, algo que agradecen los niveles de comprensión más menguados pero que despoja al drama de su carácter mítico. Acaso para compensar la poda, Conejero cierra el texto con un añadido alusivo a las alambradas, las barcas y los campamentos que fijan a diario en los medios de comunicación la imagen gráfica de las guerras y los éxodos actuales, un subrayado que, junto a unas prescindibles proyecciones de los más reconocibles dramas contemporáneos, multiplica la redundancia de una puesta en escena que no precisaba de estos accesorios para elevar su mensaje a la categoría de eterno y universal.

De la obra de Eurípides, el dramaturgo jiennense resta a los dioses Poseidón y Atenea —que explicaban en el prólogo los antecedentes de la situación— y a Menelao, el cornudo e involuntario protagonista pasivo de la guerra de Troya, y suma a Políxena, que no aparece como personaje en el original pero que en la función diseñada por Carme Portacelli se erige en omnipresente fantasmagoría, toda vez que su condena consiste en ser inmolada para proteger la tumba de Aquiles. La directora del Teatro Español firma una puesta austera y algo http://www.festivaldemerida.es/fotos/fotos_prensa/2117/files/2117_fichero_1.jpgesquemática, en la que las desgracias se dividen en breves capítulos que solo llegan a emocionar verdaderamente cuando se anuncia que Astianacte, el hijo de Héctor y Andrómaca, no será sacrificado por lo que es sino por lo que podría llegar a ser, un símbolo de la resistencia. Para entonces, a la mente del cronista ya han acudido los recuerdos de montajes muy superiores de la tragedia ‘euripídea’ en este mismo certamen, como el que levantó Eusebio Lázaro en 1994 sobre la versión de Sartre, con Berta Riaza y Blanca Portillo a la cabeza, o el que en 2008 situó Mario Gas en un escenario postapocalíptico deudor de la imaginería de ‘El planeta de los simios’ (1968).

Paco Azorín, que la semana pasada deslumbró con una ajustada escenografía para el ‘Calígula’ del propio Gas, parece menos inspirado en esta ocasión. Tomando como percha una matanza perpetrada en la ciudad siria de Hula en 2012 en la que murió un centenar de personas, convierte la arena del Teatro Romano en un “campo de muertos” cubiertos con sábanas blancas que envuelven una prescindible ‘T’ gigante volcada que hace las veces de torre vigía. Desde ella se alza en algún momento la voz de la (reina) madre de todas las troyanas, Hécuba, a la que encarna con prestancia Aitana Sánchez-Gijón en una interpretación deudora de su alucinada y catártica ‘Medea’, con la que visitó el Festival de Mérida hace un par de años y a la que ha dado vida, como solista, hasta hace dos días.

El resto del reparto femenino funciona como un compacto coro de lamentaciones en el que sobresalen, por arriba, Miriam Iscla, que borda una Casandra más humana de lo acostumbrado, y por abajo, Maggie Civantos, irremediablemente absorbida por un personaje con el aura de Helena. La única presencia masculina entre tanta voz de mujer la protagoniza Ernesto Alterio, que se convierte en uno de los grandes aciertos. Su desnaturalizada interpretación de Taltibio, el heraldo griego que actúa como contrapunto de las troyanas, reedita las enseñanzas del maestro Jorge Lavelli que le permitieron encarnar sobre este mismo escenario un ‘Edipo rey’ (2008) para la historia.

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