Por fin, el teatromascope

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Ben-Hur | En primer lugar, ‘Ben-Hur’ fue una heterodoxa novela histórica, de esas que sueltan a un personaje ficticio —en este caso, un príncipe judío— en medio de un ambiente (más o menos) real para, mediante su peripecia vital, narrar tangencialmente una sucesión de hechos (más o menos) probados. Publicada en 1880 por Lewis Wallace, su subtítulo no supo disimular sus verdaderas pretensiones: ‘Una historia de Cristo’. Mas, para el imaginario colectivo, ‘Ben-Hur’ es, por sobre todas las cosas, un péplum de 1959 que consiguió la friolera de 11 Oscar, con el que las pantallas televisivas nos castigan cada Semana Santa y cada Navidad recordándonos la tormentosa relación amor-odio entre Judá Ben-Hur y Messala, con la vida y milagros del fundador del cristianismo de fondo.

Desde el pasado 4 de julio, sin embargo, ‘Ben-Hur’ quedará para algunos como la primera experiencia en teatromascope vivida sobre la escena del Teatro Romano y, lo que es más importante, como la única comedia que escapa de la vergüenza ajena en el último lustro en el Festival de Mérida. Haciendo gala de una sinvergonzonería sin par, la entente formada por la compañía Yllana, desde la dirección, y Nancho Novo, desde la autoría, ha parido un espectáculo irreverente que se recrea, sin remilgos, en el mariconeo que se traen entre manos los dos protagonistas del descacharrante drama (para)bíblico.

El metateatro y los constantes guiños a la cultura popular —desde reconocibles escenas robadas a películas y musicales míticos, hasta guiños a la política más rabiosamente actual— se adueñan de una función que se aproxima a las dos horas pero que pasa como un suspiro. El diálogo constante con el público, al que incluso se invita a subir al escenario para remar a favor de obra, ayuda lo suyo. Y el respetable devuelve con cariño y agradecimiento el trato dispensado por la compañía.

Con ‘Ben-Hur’, Yllana se obliga a trabajar la palabra, algo que habitualmente escasea en sus montajes —consagrados al humor gestual—, y sale airosa del atrevimiento. Inspirado por reconocibles antecedentes, Novo ha urdido una trama que alterna la ligereza y la enjundia y que, bajo su aparente frivolidad, esconde un puñado de provechosos mensajes para quien quiera adoptarlos.

Con todo, lo más destacable de la puesta en escena es el desafío que supone inaugurar el teatromascope. Una pantalla panorámica sirve de telón de fondo a la función y, sobre ella, se proyecta una sucesión de imágenes que interactúa a las mil maravillas con los actores de carne y hueso y que, en algunas escenas, asombra al espectador merced a lo que los promotores del invento han llamado “espectáculo en 3D sin necesidad de usar gafas”. Si la carrera de cuadrigas de la mítica película protagonizada por Charlton Heston pasó a la historia del cine, su sucedáneo teatral será inolvidable para todos los que tengan la oportunidad de contemplarlo en vivo y en directo.

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