Nacida para el amor

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Antígona | En el hipotético santoral de nuestras particulares leyes civiles, Antígona sería la patrona de la memoria histórica. Y, desde ya, habría que reservar en el almanaque el 19 de julio para las celebraciones en su honor, pues esa es la fecha en la que en la que el Víctor Ullate Ballet ha estrenado en Mérida su inolvidable versión de la tragedia protagonizada por la mítica resistente tebana.

Antígona es la hija —y, al tiempo, hermanastra— de Edipo, así que de casta le viene a la galga el fatum. Su peripecia vital nace con su paradójica existencia y, a partir de ahí, las cosas solo pueden ir a peor. Es el peaje que hay que pagar por pertenecer a una dinastía marcada por la desgracia. Pero, hasta el final, la princesa labdácida se resiste. Su ejemplo es el de una mujer que no se deja dominar por un hombre que se vanagloria de que en él no ha de mandar una mujer.

Como recordaba Francisco Umbral, estamos aquí para enterrar a nuestros muertos. Y, veinticinco siglos antes, Sófocles escogió a Antígona como paradigma eterno y universal de aquella certidumbre. En el duelo fratricida por el trono de Tebas protagonizado por sus propios hermanos, sucumben ambos. Desde entonces, su angustia vital se ciñe a dar digna sepultura al más salvable de los dos, pero, como sostiene Antonio Lucas, “a los gloriosos perdedores siempre es difícil enterrarlos”. El rey Creonte, que es a la vez su tío y su suegro, se lo prohíbe, y lo que sigue a esa irracionalidad es una sucesión de pérdidas que finalmente lo condena a vivir solo con su corona.

En la escena más bella del original sofocleo, Antígona le hace saber a su tío: “No nací para el odio, sino para el amor”. A lo que el rey, cual miembro de VOX ‘avant la lettre’, responde: “Entonces vete con los muertos y, si tienes que amar, ámalos a ellos”.

Montar hoy en día una nueva versión de ‘Antígona’ es un acto de valentía, además de una evidente declaración de intenciones. Se trata de un texto eminentemente político que, aquí y ahora, se concreta como una bofetada a esos gerifaltes de la (ultra)derecha que acusan a las víctimas de nuestra guerra (in)civil de ser “buscadores de huesos” y “estrategas del revanchismo” y “carcas”, porque se pasan todo el día pensando “en la guerra del abuelo” y “en la fosa de no sé quién”.

Es digna de aplauso la decisión del Víctor Ullate Ballet de abordar una propuesta semejante, máxime teniendo en cuenta que la sede oficial de la compañía son los Teatros del Canal —donde podrá verse del 22 de agosto al 8 de septiembre—, gestionados públicamente por una Comunidad de Madrid gobernada, siquiera interinamente, por el Partido Popular.

Sea como fuere, este es el proyecto elegido por Ullate para retirarse definitivamente del mundo de la danza, tras tres décadas plagadas de dificultades y de duro trabajo para consolidar su compañía. Su criatura quedará en manos de Eduardo Lao, su compinche, y de Lucía Lacarra, su cara más visible en la actualidad.

Lao comparte con el maestro la coreografía de esta ‘Antígona’ que luce especialmente en las vistosas escenas del coro, mientras que Lacarra, una de las más grandes estrellas de la danza española, se erige en protagonista absoluta del espectáculo merced a su impecable ejecución técnica pero, sobre todo, a la capacidad transmisora de su interpretación.

El conjunto se ve favorecido por una dramaturgia compacta, que sigue al pie de la letra los avatares narrados en la historia primigenia, conformando una pieza unitaria en la que la sucesión de cuadros apenas sufre altibajos. La hora y media que dura la representación se hace corta y en ningún momento permite la relajación emocional del espectador.

A ello contribuye sobremanera la música elegida. Una vez más, Ullate echa mano de la singularidad de Lisa Gerrard, a la que los cinéfilos recordarán por su aportación a la banda sonora de ‘Gladiator’ (2000), los melómanos por ser la voz cantante de los legendarios Dead Can Dance y los festivaleros por su actual gira junto a The Mystery Of The Bulgarian Voices —de la que pudo disfrutar el cronista en el reciente Primavera Sound de Barcelona—.

Gerrad lleva años ofreciendo, tanto con su grupo original como en su carrera en solitario y en sus constantes alianzas artísticas, una personalísima mezcla de las influencias que recibió en el barrio multirracial de East Prahan en Melbourne (Australia), donde convivió entre las culturas griega, turca, italiana, irlandesa y árabe. La música que sirve de colchón sonoro a las tribulaciones de ‘Antígona’ es esencialmente mediterránea, pero se deja impregnar por todas las arenas que besa el ‘mare nostrum’. Y, por cierto, no intenten descifrar la lengua en la que canta: habitualmente lo hace en una idioglosia, un lenguaje idiosincrásico, inventado, que ha desarrollado desde que era una niña.

 

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