Cuanto peor, mejor

Mérida

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | La comedia de la cestita| Juro que lo intento. Que pongo de mi parte. Que acudo a favor de obra. Que voy a ver la comedia festivalera con predisposición al solaz y la risa. Pero no hay modo. No le encuentro la gracia. Y la busco y la rebusco, ¡ojo! Pero no la encuentro. Aunque debe ser cosa mía, porque durante el estreno de ‘La comedia de la cestita’ vi con mis propios ojos y escuché con mis propios oídos cómo los espectadores se descojonaban incluso con el eructo de uno de los personajes, ¡que ya es descojonarse!

‘Cistellaria’ es, simplemente, una más de las comedias de Plauto, y no alcanza, ni de lejos, la gloria de sus obras más reconocidas. En ella, como de costumbre, hay un ‘imbroglio’ que enreda la trama a base de equívocos y malentendidos, coronado por una anagnórisis en la que se desvelan los datos que ponen las cosas en su sitio. Nada nuevo viniendo de un autor que fusiló la comedia griega de Menandro, Dífilo, Filemón, Antífanes y Aristófanes, y que, a su vez, sirvió de inspiración —por decirlo elegantemente— a genios del plagio como Molière o Shakespeare, que contribuyeron generosamente a nuestra familiaridad con sus clásicos enredos.

Pilar G. Almansa ha situado la cestita en el día de la inauguración del Teatro Romano de Mérida (15 a. C.), propiciando el improbable encuentro entre el propio autor, Plauto (254 a. C.-184 a. C.) —al que sitúa como director del ensayo general de su propio texto—, y Marco Agripa (c. 63 a. C.-12 a. C.) —el cónsul que impulsó la construcción del teatro—, cometiendo un estropicio, pues su dramaturgia rebaja nivel del original y solo ayuda a multiplicar el embrollo. Aunque es cierto que no está sola en el empeño. La música de Santiago Martínez se suma al despropósito y roza lo bochornoso cuando homenajea a Camela. Juntos obran el milagro, haciendo buena la máxima ‘rajoyana’: “Cuanto peor, mejor para todos; y cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí”. No sé si me explico.

Así las cosas, ni siquiera la puesta en escena de Pepe Quero consigue elevar la función a niveles de aceptabilidad. El cómico granadino, fundador de Los Ulen junto a Paco Tous, echa mano de su bagaje como clown y dota al conjunto de un espíritu histriónico y desenfadado que naufraga por culpa de unas interpretaciones que se hunden en la mediocridad. Se salva del desastre generalizado Falín Galán, que convierte a su Lampadión en el único guardián de la sonrisa.

Por cierto, la calamidad en el manejo del sonido la noche del estreno contribuyó a redondear, para mal, una propuesta indigna de un festival como el de Mérida: una obra (seudo)musical debería cuidar mejor un aspecto técnico que, en este caso, es capital en el desarrollo del espectáculo.

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