Golfus de (B)Roma
Escrito por Tiresias Viernes 30 de Julio de 2021 00:00
FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA
www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Golfus de Roma | “Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás”. Lo escribió el emeritense Félix Grande en un bello poema, y lo parafraseó más tarde Joaquín Sabina en una (aún más) bella canción, ‘Peces de ciudad’: “Al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver”. Lo cierto es que, a determinada altura de la vida, eso lo sabe —lo ha sufrido— cualquiera, pero nos empeñamos… y pasa lo que pasa.
Y lo que pasa es que la casualidad —o la causalidad— quiso que ‘Roma cittá golfa… o Érase una vez en Roma’ se estrenase allá por 1993, que fue el año en que el cronista acudió por vez primera al Teatro Romano de Mérida a ver aquello que se veía entonces, teatro; y pasa que su recuerdo aún permanece indeleble entre los momentos más gozosos acumulados en su existencia hasta el día de hoy; y pasa que gran parte del deslumbramiento experimentado aquel día hay que concedérselo a circunstancias personalísimas —para qué negarlo—, pero pasa también que la magnitud del acontecimiento no hubiera sido la misma si, sobre la escena, no se hubiera representado un espectáculo de semejante nivel. Porque ‘Golfus de Roma’, que era el sobrenombre con el que todo quisque se refería a aquel musical, cuasi obligado por el influjo de la película de Richard Lester que lo adaptó para la gran pantalla en 1966, era un montaje total. Mario Gas, acreditado especialista en Sondheim —más tarde abordaría ‘Sweeney Todd’ (1995), ‘A little night music’ (2000) y ‘Follies’ (2012)—, firmaba la dirección escénica, y su hermano Manuel, la dirección musical. A sus órdenes desfilaban, bailaban y cantaban Javier Gurruchaga, José María Pou, Vicky Peña, Gabino Diego, Mónica López, Félix Rotaeta… y así hasta veintidós sospechosos habituales de la troupe Gas. Y el resultado era maravilloso, una absoluta fiesta.
Veintiocho años después, el cronista ha vuelto —desoyendo a Grande y a Sabina, y bien que lo siente— allí donde fue feliz, allí donde no debía; un poco por compromiso profesional —se lo tenía que contar a sus (im)probables lectores—, y otro poco porque le va la marcha. Y claro, tenían razón el poeta y el cantautor: ¿qué necesidad había?
La culpa la ha tenido, en cualquier caso, el nuevo ‘Golfus de Roma’ —ahora sí lleva el título canónico de la simplona y libérrima traducción al español del enrevesado original inglés—, servido al alimón por Daniel Anglès y Xavier Mestres en este Festival de Mérida del siglo XXI que avanza inexorablemente hacia el descalabro artístico definitivo.
Una vez más, (re)visitamos a Plauto en el presente certamen, después de la (anti)versión de ‘Anfitrión’ escenificada por ‘El Brujo’, y del refrito perpetrado por Eduardo Galán en ‘Mercado de amores’, porque los autores de ‘Golfus de Roma’, al igual que este último, también echaron mano de un trío de comedias plautinas para forjar el armazón que sostiene la trama de su monumento, solo que con una pizca más de talento. ‘A funny thing happened on the way to the forum’ se estrenó en 1962 en Broadway, con libreto de Burt Shevelove y Larry Gelbart y música de Stephen Sondheim, y rápidamente se convirtió en uno de los musicales más populares del repertorio, aupado sin duda por su trasunto cinematográfico, contando en ambos casos con Zero Mostel como protagonista. Desde entonces se ha repuesto en multitud de ocasiones, tanto en la meca musical neoyorquina, como en Londres; y también en España, con José Sazatornil (1964) y Rafa Castejón (2015), como cabezas de cartel, aunque con menor fortuna.
Ahora, el elegido para encarnar al esclavo Pseudolus ha sido el cómico Carlos Latre, fogueado en la radio y la televisión, que aquí acomete su debut en el género musical con resultados más que discutibles, rebajando el nivel del material previo a un liviano ‘Golfus de (B)Roma’. Lo capital del invento es que convierte su caracterización en un sucedáneo de su espectáculo ‘One man show’, en el que imita a más de un centenar de personajes (más o menos) populares del salseo patrio, planteando al cronista una delicada disyuntiva: si juzgarlo como mero imitador, en cuyo caso hay que sentenciar que es, sin duda, el número uno de su gremio; o valorar sus méritos como actor y cantante, labores en las que quedan al descubierto sus limitaciones. Mas tal disyuntiva desaparece cuando el cronista observa a los espectadores que lo acompañan durante la representación: (casi) todos han acudido al teatro a gozar con el imitador Latre, con el figurón mediático, y agradecen a voz en grito cada una de sus morcillas. Es lo que tiene haber convertido el Teatro Romano en una salita de estar y el Festival de Mérida en una sucursal de algunos teatros madrileños en la que recoger cada temporada lo que la maldita tele ordena y manda: que luego pasa lo que pasa.