Aire fresco

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Lisístrata Montoya | Cómo se agradece que, de vez en cuando, se cuele una ráfaga de aire fresco por las estrechas rendijas del establishment teatral, que mantiene cerradas a cal y canto sus ventanas frente a cualquier amenaza de originalidad, exotismo, heterodoxia o rebeldía. Por ahí se ha aparecido en la programación alternativa del Festival de Mérida —que se degusta en el Teatro María Luisa sin los bochornosos rigores de la ola de calor y sin la imperiosa necesidad de vender entradas a cualquier precio— la compañía Gitanas a Escena, un proyecto formado exclusivamente por mujeres de dicha etnia con el nítido objetivo de trabajarse su independencia, su capacidad personal y su participación en la sociedad; madres gitanas de los niños del Colegio Amor de Dios de Granada, en situación de vulnerabilidad, unidas para luchar contra el racismo y la exclusión social, por el empoderamiento femenino, con una voluntariosa vocación de permanencia.

La actriz, escritora y artista Coco Reyes se erige como verdadera factótum del invento: además de encarnar a la protagonista de su primer espectáculo, firma la adaptación, la dirección, el diseño de escenografía y vestuario, y la música, en este caso a pachas con Kiki Maya. La obra resultante se vende como Lisístrata Montoya —casi ná— y es, como deja entrever su título, una desacomplejada versión de la comedia de Aristófanes en la que se pervierte la naturaleza del original hasta donde dan de sí sus hechuras, convirtiendo a la huelguista lideresa ateniense en una gitana del Sacromonte granaíno que intenta reunir a sus primas para acabar con un mal común que les acecha: el racismo. Lo hacen a regañadientes —lo de reunirse— pero con la alegría de vivir propia de su idiosincrasia, armadas de un humor costumbrista capaz de aniquilar al más fiero de sus oponentes, que en este caso atiende al nombre de Racístoles y luce las hechuras de un amanerado dictadorzuelo.

Y sí, cantan y bailan para espantar sus males; y sí, se les transparenta su amateurismo; pero el cronista prefiere mil imperfecciones como esta a cualquiera de las fatuas y pomposas naderías que se imponen a la fuerza en el Teatro Romano. Las interpretaciones son, en algunos casos, como de función de fin de curso; la dramaturgia avanza a trompicones, mezclando churras y merinas sin demasiado criterio; e incluso el loable mensaje se difumina entre algún que otro disparate; mas ninguna de esas limitaciones impiden la comunión entre las artistas y el público, el disfrute absoluto de las unas y los otros.

 

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