Eternidad mal entendida

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA - Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | ÁYAX | La primera versión del ‘Áyax’ de Sófocles que acogió el Festival (que por entonces aún no se llamaba así) de Mérida data de 1977 y, por desgracia, pilló al cronista esforzándose por dar sus primeros pasos, hecho que le impidió plantarse en el Teatro Romano para comprobar cómo se ponían en escena las cuitas del noble soldado de Salamina; la segunda se estrenó hace apenas cuatro años, en el Anfiteatro Romano, y el cronista, ya talludito, fue testigo privilegiado de una de las (extra)sensoriales sesiones rituales servidas por el director heleno Theodoros Terzopoulos, gran conocedor del teatro legado por sus antepasados y de los escenarios emeritenses, quien volvió a dar una (im)pagable lección -en versión original, sin subtítulos-, junto a los actores de su legendaria compañía -el Attis Theatre-, de minimalismo formal y maximalismo corporal y vocal.

 

Viene esta informativa introducción a cuento porque lo primero que cabe subrayar ante esta nueva versión de ‘Áyax’ es que se trata de una de las obras menos

representadas del corpus clásico griego, circunstancia que aporta la ventaja del (probable) descubrimiento de una bella tragedia tejida con los hilos del honor, rematada por las consecuencias de su radical interpretación, y el inconveniente de su (segura) falta de arraigo en el virtual disco duro mental de un público más familiarizado con los nombres de otros dioses y héroes grecolatinos.

Bienaventurado sea, por tanto, el espectador que acuda virgen (con perdón) a esta nueva aventura, porque solo así capaz de sortear la (odiosa) tentación de las comparaciones. Mas el cronista no es un espectador virgen (con perdón) y se deja caer, con relativa frecuencia, en todo tipo de tentaciones. Esta ocasión, consecuentemente, no podía ser menos: el ‘Áyax’ ofrecido por un (excesivamente generoso) número de profesionales extremeños no supera la nota mínima exigida para aprobar el (exigente) examen del certamen emeritense y demuestra, una vez más -y van…- que el empecinamiento en el regionalismo artístico es un arma de doble filo que, las más de las veces, se vuelve en contra tanto de los protagonistas del hecho dramático como de los gestores (públicos y privados) que les conceden reiteradas oportunidades de reválida.

Conviene ser sinceros, y por ello mismo justos, y advertir al lector que el ‘Áyax’ representado por la compañía Teatro del Noctámbulo en coproducción con el propio Festival de Mérida es un espectáculo digno, respetuoso con el texto sofocleo -aquí en versión del omnipresente Miguel Murillo- y con las hechuras clásicas en cuanto a la puesta en escena -sobria, ajustada a los cánones-; un montaje que se aprovecha de contar con un responsable que maneja con soltura los mecanismos de su oficio, el irlandés de nacimiento pero español de adopción Denis Rafter, pero que se ve lastrado por las carencias de un elenco de talento (y formación) irregular que, en la mayoría de los casos, se siente incapaz de superar el reto que exige una escena como la romana. Y esto, sumado a la decepcionante participación en el montaje de dos fichajes de relumbrón como Roque Baños -autor de una extemporánea partitura que luciría mejor como acompañamiento de las leyendas celtas radicadas en la patria del director- y Reyes Abades -un mago de los efectos especiales que aquí se limita a derrochar unos cuantos litros de agua y algunas llamaradas para justificar su nómina-, ofrece como resultado un balance que arroja números rojos y que, tras la muerte del héroe griego cuya gloria se gestó en Troya, ve caer su ritmo en picado hasta convertir en eternas (para mal) las dos horas hasta las que se alarga (en demasía) su desarrollo.

 

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