Algo que contar a los nietos

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Penélope| Las tribulaciones de Penélope clausuraron el Festival de Mérida de 2020, el año de la pandemia. La vacua propuesta comandada por Magüi Mira obviaba las fascinantes vicisitudes de la odisea vivida por su esposo al regreso de Troya y se centraba en la férrea defensa de la compostura y la honra de la mítica esposa y madre abandonada. Mas no inventaba nada. Infinidad de (re)creadores a lo largo de la historia han preferido indagar en las oscuras pasiones domésticas que alborotaron Ítaca antes que dejarse arrastrar por la épica marinera del ausente padre de familia. El Ballet Español de Murcia hizo lo propio años ha, guardando una paradójica fidelidad a lo dictado por Homero. Y eso es lo que ha traído ahora a la flamante (sub)sede del certamen emeritense, el Teatro María Luisa.

El Ballet Español de Murcia es, en puridad, la compañía privada fundada en 1985 por Carmen y Matilde Rubio, solo que en este caso apoyada institucionalmente por el Instituto de las Industrias Culturales y las Artes y Región de Murcia; y esta Penélope, uno de sus montajes más añejos, pues fue coreografiado en 2003 por el gran Javier Latorre.

https://www.festivaldemerida.es/wp-content/uploads/2022/07/imagenes-de-escena-penelope-2-900x600.jpgPremio Nacional de Danza en 2011, el creador valenciano ha trabajado para el Ballet Nacional de España, Antonio Márquez, Antonio Canales, Aida Gómez, La Fura dels Baus, Eva Yerbabuena o Carlos Saura. La última vez que su talento pudo apreciarse en el Festival de Mérida fue en 2009, en el Teatro Romano, con la Fedra dirigida por Miguel Narros y musicada por Enrique Morente. Y quien tuviera la suerte de ver aquel espectáculo, puede hacerse una idea de cómo luce el que ahora nos ocupa. Claro que aquí no están Lola Greco, ni Amador Rojas, ni Alejandro Granados, pero el cuerpo de baile y los solistas de la compañía murciana defienden con solvencia los distintos movimientos diseñados por Latorre. Como de costumbre, su dinamismo se aprecia mejor en las coreografías grupales, que se exhiben exuberantemente alegres. Pero resultan igualmente disfrutables las escenas en las que la presencia humana sobre el escenario disminuye a tres o a dos. Con todo, conviene advertir que, pese a que el montaje está consagrado a la figura de Penélope, encarnada con mera corrección por Ana Machuca, cuando mejor transmiten las estampas íntimas es con la aparición de Ulises, al que José Cánovas dota de una notable entidad, cerrando por todo lo alto el espectáculo.

Un espectáculo, como ya se ha dicho, con solera —casi dos décadas de andadura— que por causas y azares —o por desastres municipales, vaya usted a saber— se ha convertido en el que quedará para los restos como encargado de (re)inaugurar el legendario Teatro María Luisa, casi un siglo después de su fundación y tras más de dos décadas clausurado. Algo que podremos contar a nuestros nietos recordándoles que ese hito estaba reservado, una semana antes, para Els Joglars y la celebración de su sexagésimo aniversario. Pero el destino es así de caprichoso, sobre todo cuando se alía con la incompetencia.

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