Vista una, vistas todas

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | La aparición | En su estudio académico La adaptación y la versión en el trabajo dramatúrgico, el profesor Fulgencio M. Lax advierte que, “si en la adaptación el autor tiene como objetivo comunicar la realidad o el universo artístico determinado con el menor ruido posible y ajustándose al máximo al texto y a sus características originales, la versión se caracteriza por la reinterpretación y reorientación de esa realidad y de sus peculiaridades con una presencia activa del autor que realiza la intervención”. Y abunda en su diferenciación: “La intervención de un texto por medio de una adaptación mantiene una dependencia y relación directa más intensa con la obra de referencia. Es un proceso en el que no desaparece el texto original y el segundo no llega a ser totalmente distinto al primero. Mientras que, cuando hablamos de versión, esta dependencia se diluye hasta llegar al extremo en el que la obra resultante es un texto totalmente distinto en el que se han generado valores alejados de los originarios”.

Viene esto a cuento porque, en el programa de mano del último estreno del Festival de Mérida, se anuncia La aparición de Menandro como una adaptación de Florián Recio y, dado que solo se conservan 152 versos de la obra primigenia —Phasma es su título original— y una sinopsis en la que ni siquiera los filólogos se ponen de acuerdo sobre su argumento, parece que hubiera sido más honesto firmarlo como versión; y más honesto aún, como versión libre; y lo más honesto, haber eliminado a Menandro de la ecuación y firmarlo como una creación inédita. Porque, en lo que aparece sobre la escena del Teatro Romano, queda entre poco y nada del comediógrafo griego: se desprecia la estructura habitual en sus obras; se traiciona el papel meramente ilustrativo del prologuista, hasta convertirlo, por extensión, en el absoluto protagonista del desaguisado; y se ignora la ausencia de coro, convirtiendo a un sucedáneo de corifeo en un desatado corista. En cambio, en lo temático, se mantiene la ausencia del mito y de elementos fantásticos y se respeta la trama cotidiana, y —lo que la salva de la quema— se resuelve el enredo remedando la peripecia —“un cambio por el cual la acción gira hacia su opuesto, sujeto siempre a nuestra regla de probabilidad o necesidad”, según Aristóteles— y la anagnórisis —el descubrimiento, por parte de un personaje o de otros, de datos esenciales sobre su identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento, que altera su conducta y lo obliga a hacerse una idea más exacta de sí mismo y de lo que le rodea—.

Resumiendo, lo que perpetran el autor y sus compinches es un absoluto desmadre que sería delito comparar con la comedia nueva de Menandro: porque, como ya se ha dicho, no es de Menandro; porque sustantivarla como comedia es harto discutible; y porque calificarla como nueva tampoco se ajusta a la realidad, ya que, en esencia, lo que hace esta flamante locura es repetir una fórmula que la misma compañía (Verbo Producciones), el mismo dramaturgo (el citado Recio), el mismo director (Paco Carrillo) y algunos de sus protagonistas (Fernando Ramos, Esteban G. Ballesteros, Pedro Montero y, parcialmente, Paca Velardiez), llevan once explotando con su versión de Los gemelos de Plauto, pero que, en realidad, viene de más antiguo y ha sido saqueada sin apenas variaciones por todas las compañías extremeñas que han representado (presuntas) comedias —vista una, vistas todas— en el Festival de Mérida a lo largo de las tres últimas décadas. A saber: trufar la función de constantes guiños a la cultura popular y al más petardo zeitgeist de cada momento, incluyendo en este caso desbarres como corear junto a los espectadores la Nochentera de Vicco —¡me lo expliquen!—; y abusar de los localismos —pecado mayor para este cronista— hasta rayar en la falta de respeto a un público autóctono que, por cierto, debería ganarse dicho respeto haciendo un uso más comedido de las palmas de sus manos y reservar para mejor ocasión buena parte de su(s) risa(s) floja(s), pero, sobre todo, al público foráneo, que habitualmente se queda perplejo ante tamaña osadía: en la noche del estreno, sin ir más lejos, varias parejas de espectadores abandonaron la cávea antes de tiempo, hartos de “patatera” y asqueados porque el agujero en la pared que cataliza la trama fuese abordado dialécticamente como “bujero” con machacona insistencia. Y así, sucesivamente.

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