Remember me
Escrito por Tiresias Miércoles 07 de Agosto de 2024 00:00
www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Dido y Eneas | El currículum de Blanca Li abruma: integrante del equipo nacional de gimnasia rítmica a los 12 años; estudiante con Martha Graham, Alvin Ailey y Merce Cunningham en Nueva York; miembro del grupo de pop Xoxonees junto a su hermana, la directora de cine Chus Gutiérrez; fundadora y responsable de su propia compañía; directora artística del Berlin Ballet-Komische Oper, el Centro Andaluz de Danza, los Teatros del Canal en Madrid y el Parque de La Villette en París; coreógrafa y directora de numerosos ballets, óperas y musicales para las más prestigiosas instituciones internacionales; directora de tres largometrajes y varios cortometrajes; coreógrafa para el cine de Pedro Almodóvar, Jean-Jacques Annaud o Michel Gondry; para videoclips de Daft Punk, Paul McCartney, Beyoncé, Blur, Kanye West o Coldplay; creativa en acciones, anuncios y desfiles para firmas como Jean-Paul Gaultier, Cartier, Lancôme, Prada o Stella McCartney; Chevalier de la Légion d'Honneur; Commandeur de la Orden de las Artes y Letras de Francia; Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes; Premio Manuel de Falla de la Junta de Andalucía…
En 2002 trajo al Festival de Mérida El sueño del minotauro, creado para la Bienal de Lyon en 1998 y ampliado a veinte bailarines cuatro años más tarde durante su estancia en la Komische Oper de Berlín. Era aquel un espectáculo epatante, envuelto en un preciosismo minimalista, por el que desfilaban los cuerpos semidesnudos de los bailarines en escenas inspiradas por la cerámica y los frisos de los templos griegos, que dejó para el recuerdo algunas de las imágenes más bellas de la historia del certamen emeritense. Y ahora regresa, veintidós años después, con Dido y Eneas, una apuesta más arriesgada si cabe —estrenada en enero de 2023 en los Teatros del Canal, con la colaboración del Teatro Real, y mostrada posteriormente en el Gran Teatre del Liceu—, en la que se vuelve a la semidesnudez marca de la casa y a una plasticidad que las retinas del cronista se afanan en retener por infrecuente.
Se trata de una libérrima ilustración de la primera ópera nacional inglesa, obra cumbre de la música barroca estrenada en Londres en 1689, con música de Henry Purcell —el ‘Mozart inglés’— y libreto del poeta Nahum Tate, basado en su propia tragedia Brutus of Alba or The Enchanted Lovers y en el canto IV de la Eneida de Virgilio; una breve composición que no alcanza la hora de duración, dividida en un prólogo y tres actos, que la temporada pasada se representó con la orquesta de cámara y el ensamble vocal de Les Arts Florissants sobre el escenario, pero que ahora se ejecuta, precedida por la también purcelliana Celestial music did the gods inspire, con una grabación del prestigioso conjunto dirigido por William Christie de fondo y la mera presencia de los bailarines de la Compagnie Blanca Li sobre la escena del Teatro Romano.
Cuesta reconocer en el espectáculo los encuentros y el desencuentro entre la reina de Cartago y el héroe troyano, pues las coreografías se alejan poéticamente de cualquier amenaza de realismo, presentando una sucesión de estampas presididas por el poder del simbolismo y la sugerencia de las emociones, dando lugar a una puesta en escena rabiosamente contemporánea en la que las luces (y las sombras) de Pascal Laajili, el vestuario de LaurentMercier y la (ausencia de) escenografía firmada por la propia Li sirven para enmarcar una oda al lenguaje corporal y a la sencillez formal. Lo que sí hace la directora granadina es simular el Mediterráneo —por el que viene y va Eneas— sobre la tarima, obligando a sus bailarines a danzar, literalmente, sobre las aguas, provocando un chapoteo constante y forzando un juego de equilibrios que redobla la dificultad expositiva y remite inevitablemente al Vollmond (Luna llena) de Pina Bausch.
El profesor Enrique Lynch resumió esta mítica fábula destacando los paralelismos con otras tantas tragedias románticas: “La historia tiene una peripecia y una razón. Hay en su desarrollo cortejo y seducción, un encuentro erótico y la consiguiente pasión. Rige en ella además una causalidad que la hace funesta: se comete una traición despiadada que genera en Dido un inconsolable desengaño y su suicidio por amor; pero su verdadero desenlace trasciende el marco del vínculo amoroso para mostrar que ninguna de las circunstancias terribles de un amor malhadado tiene ni consuelo ni reparación. La tradición ha rescatado sobre todo la peripecia del amor romántico de Dido y Eneas, pero es otro el juego de la Eneida porque Virgilio no es un trovador. La clave escondida de este relato es la transformación del amor en odio, que es necesaria, fatal e irredimible”. Sin salir del repertorio operístico, también Lucía, Norma, Gilda, Marguerite, Carmen, Manon, Salomé, Butterfly, Liú, Senta, Aida, Tosca o Isolda, mueren por amor.
Mas que nadie busque en esta nueva propuesta un relato cronológico de los hechos ni reflejo alguno de los legendarios episodios que de él se desprenden: como ya se ha dicho más arriba, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La coreografía de Blanca Li es, por ceñirme a sus propias palabras, “sinuosa, flexible, aérea y atlética”, y está “llena de ideas, imágenes, humor, descaro y color”, pero huye como de la peste de seguir al pie de la letra sus precedentes narrativos. Prefiere destacar a través de la danza todo aquello que el libreto y la música no llegan a contar, pero que sí logran evocar, como recalca el propio Christie: “No conozco ninguna otra música que consiga crear una atmósfera tan dramática y extraordinariamente viva en tan poco tiempo”.
Y podríamos seguir enumerando las virtudes de esta rara avis, acariciando el riesgo de resultar redundantes y aburridos. Para evitarlo, hagamos caso al dolorosísimo lamento de Dido en el aria final, When I am laid in earth, una de las más famosas del barroco, cuando repite desconsolada: “Remember me, remember me, but ah! forget my fate [Recuérdame, recuérdame, pero ¡ah! olvida mi destino]”. Recordemos para siempre espectáculos como este, que engrandecen la (intra)historia del Festival de Mérida por su ambición desmedida, su vocación de universalidad y su belleza mayúscula, pero olvidemos el destino al que lo condenan sus programadores: ser flor de un día entre tanta maleza.