Más allá del bien y del mal

FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Los dioses y Dios| Cada vez que acudo a un nuevo estreno de Rafael Álvarez, me pellizco para asegurarme de que no es un sueño lo que voy a contemplar. Cierto, que nada nuevo hay, desde hace siglos, bajo la luna que alumbra la escena emeritense. Y más cierto que, si el Festival de Mérida ya es, de por sí, un volver (a volver) sobre los clásicos milenarios, lo que hace ‘El Brujo’ es volver a (re)volver lo ya revuelto: una y otra y otra vez más. Pero qué emoción se siente al escuchar de nuevo su personalísima mezcla de oración, chanza y discurso. Y qué pavor, al caer en la cuenta de que una de estas será la (pen)última ocasión en que eso ocurra.

El caso es que el juglar de España se ha plantado de nuevo en el Teatro Romano para darle vueltas a un asunto que le desvela desde antiguo: la íntima relación entre los dioses y los hombres, abundando en la certidumbre de que fueron estos quienes crearon a aquellos a su imagen y semejanza, y no al https://www.festivaldemerida.es/wp-content/uploads/2021/06/fotos-de-escena-los-dioses-y-dios-8-900x600.jpgcontrario; y, subrayando, entre bromas y veras, que “la mitología es la llave de una antigua sabiduría que se perdió con el conocimiento, y de un conocimiento que se perdió con la información”.

Como siempre, se apoya en dos muletas que desde hace tiempo le ayudan a caminar son seguridad sobre el escenario: la farsa atelana, con la que unos cómicos enmascarados entretenían, sin ceñirse demasiado al guion, al pueblo romano en época de Adriano y Trajano; y los ‘lazzi’, un recurso similar a nuestra morcilla escénica que en la Commedia dell'Arte renacentista se ejecutaba recreándose en la suerte. O sea, lo que le hemos visto decenas de veces y que ‘El Brujo’ domina como nadie por estos lares: el repentismo elevado a la máxima potencia. Verbigracia: se toma como punto de partida una comedia clásica —‘Anfitrión’, de Plauto—, se mezcla convenientemente con un compendio de mitología comparada —‘Las máscaras del héroe’, de Joseph Campbell— y se termina hablando de Fernando Simón y de Santiago Abascal y de Miguel Bosé.

Así, pasando como de puntillas por una de las cuestiones que más ha inquietado a la humanidad, entre chistes (más o menos) facilones, el cómico lucentino va deslizando agudas reflexiones metafísicas, socioculturales, políticas. Y el público se lo agradece como de costumbre, sin parar de reír, aplaudiendo a rabiar.

Siguiendo a pies juntillas los preceptos de Peter Brook en ‘El espacio vacío’, ‘El Brujo’ se basta y se sobra, sin adornos, para entablar una conexión insuperable con el espectador. Y, así, lo de menos es si el hilo conductor del espectáculo está mejor o peor trabado: hace ya muchos años que Rafael Álvarez está por encima de eso, mucho más allá del bien y del mal.

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