Gracias infinitas
Escrito por Tiresias Martes 02 de Agosto de 2022 00:00
www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Las bingueras de Eurípides | Para quienes aún no tengan la suerte de conocerlas, sobrará con decir que Las Niñas de Cádiz son la auténtica revelación del teatro español más desacomplejado de las últimas temporadas. Así lo certifica su merecido premio Max por El viento es salvaje (2020) pero, sobre todo, el aplauso unánime de crítica y público que van cosechando allá por donde pasan, dejando siempre un regusto de buen rollo entre los espectadores que se descojonan con sus propuestas. La fórmula de su éxito parece sencilla, pero había que dar con la tecla: actualizar los mitos del teatro clásico griego a la cotidianidad de nuestros días mezclando la tradición culta literaria con la cultura popular, el folclore, el flamenco y el carnaval de su tierra.
Fogueadas como chirigota callejera en Cádiz y maduradas a lo largo de una década sobre las tablas junto a Antonio Álamo bajo una inequívoca denominación, Chirigóticas, estas dignas herederas de las puellae gaditanae —las muchachas gaditanas que animaban las fiestas en época del Imperio Romano— suponen ahora mismo una apuesta segura. Comprensiblemente, su primer espectáculo, Cabaré a la gaditana, era una (im)pagable antología de carnaval puro y duro. Pero, sin solución de continuidad, desde entonces han ido recreando las peripecias de Lisístrata y sus huelguistas de sexo, en Lysístrata (2.500 años no es nada), y de dos ilustres princesas griegas en El viento es salvaje (Fedra y Medea en Cádiz). Ahora, con Las bingueras de Eurípides, le toca el turno a las bacantes, las míticas adoradoras del dios del vino.
Comandadas por Dionisia, una desvergonzada sátira, un grupo de mujeres de barrio se reúne por las tardes en un local semioculto para compartir sus inquietudes y aliviar sus tribulaciones, mayormente jugando al bingo; sin ánimo de lucro, pero convirtiendo cada partida en una suerte de bacanal doméstica en la que beberse una palomita de anís mezclada con una pastillita para (no) dormir sirve para dar rienda suelta a sus secretos más (in)confesables.
La primera novedad respecto a los anteriores montajes de Las Niñas es que aquí incorporan a un par de actores masculinos que les sirven de contrapunto, para los que han reservado el papel de antagonistas. Interpretan a dos agentes de la ley: uno, (des)preocupado cómplice las mujeres y sus inofensivas actividades; el otro, empeñado en desmantelar lo que considera un negocio clandestino. La tragedia… perdón, la comedia, por lo tanto, está servida.
Para ello, la dramaturga, Ana López Segovia, vuelve a echar mano de sus herramientas habituales, el verso que mezcla estrofas cultas con las formas populares del romancero y la chirigota carnavalesca, logrando imprimir un ritmo torrencial a una narración que no da tregua al espectador. Las únicas pausas en medio de semejante ciclón (tragi)cómico no suponen ningún parón dramático, sino todo lo contrario: mediante coplas flamencas e interpelaciones al público, la apuesta se redobla, y la frescura y espontaneidad de las intérpretes luce más, si cabe.
La segunda novedad reseñable reside en que uno de los protagonistas masculinos, José Troncoso, quien ya había colaborado con la autora en la dirección del espectáculo anterior, ejerce aquí como director en solitario, y su mano se nota. Con Las hilanderas de Velázquez como inspiración, la puesta en escena de este enfant terrible cada vez más cotizado es un dechado de virtudes. La operación es una suma de apariencia simple: ritmo endiablado más libertina dirección de actores más inteligente uso del espacio más superlativo aprovechamiento de la utilería igual a gracia infinita; igual a gracias infinitas.