Un mundo ideal

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Las Asambleístas (Las que tropiezan) | En una época en la que la Igualdad se ha hecho un hueco como categoría ministerial —con todo lo que ello supone—, pero en la que, al mismo tiempo, se adivina en el horizonte político un severo recorte en derechos, protección y libertades, resulta más pertinente que nunca la (re)creación de un espectáculo como Las asambleístas (Las que tropiezan).

En la monumental Historia general del socialismo dirigida por Jacques Droz, se advierte que La asamblea de las mujeres de Aristófanes “debe incluirse en la relación de antecedentes antiguos del socialismo”. Más concretamente, Claude Mossé subraya en uno de sus primeros capítulos que lo que su protagonista, Praxágora, instaura en la Atenas de siglo IV a. C. es “un régimen de comunismo integral”.

Efectivamente, la utópica fábula tragicómica dramatizada por el conservador comediógrafo griego plantea el hechizo de un grupo de mujeres por parte de la (o)diosa Némesis para que, de una vez por todas, dejen de tropezar con la misma piedra: la desigualdad manejada a su antojo por los hombres. Disfrazadas como ellos, las damas atenienses deben asaltar la asamblea y modificar las leyes establecidas por otras más justas e igualitarias. Y todo ello en una sola jornada.

El gaditano José Troncoso se ha llevado el texto a un terreno que ya pisó el año pasado en el propio Festival de Mérida con Las bingueras de Eurípides: en esa ocasión, dirigía e interpretaba un coñón texto de Ana López Segovia, una de Las Niñas de Cádiz; y, con esa desternillante experiencia como bagaje, ahora se atreve a afrontar la autoría remedando las formas de una auténtica maestra a la hora de amalgamar esencias clásicas con libérrimos aromas contemporáneos. Echa mano —como aquella— del verso más desacomplejado, cayendo en multitud de ocasiones en el ripio, sin que esto suponga ningún demérito: ese traje es el que mejor le sienta a una comedia musical que picotea en los compases flamencos cuando se desembaraza de las composiciones creadas para la ocasión por Mariano Marín.

Por ventura, cuenta con un reparto cuya vis cómica se exhibe a prueba de bombas, en el que sobresalen Silvia Abril, que ejerce de lideresa contenida —hecho que se agradece en una actriz dada a la sobreactuación—; Pepa Rus, cuya Lanzada alardea de una simpática sinvergonzonería; y Pepa Zaragoza, que encarna una Lacia que se apodera de la función a la chita callando. Todas ellas envueltas en ropajes rosa furcia —que diría un ínclito chirigotero gaditano— diseñados por Pier Paolo Alvaro, moviéndose por entre una juguetona escenografía de Alessio Meloni, bajo la acogedora luz de Juan Gómez Cornejo.

Por cierto, el último tramo de la función, dedicado íntegramente a una interactiva asamblea en la que se van aprobando, sin solución de continuidad, todas y cada una de las rebeldes propuestas, ilustra una moraleja que debería hacer reflexionar a más de uno. El público apoya, por abrumadora unanimidad —a mano alzada—, las leyes tolerantes, igualitarias y protectoras que las asambleístas promueven, certificando que desea vivir en un mundo ideal. Debería recordarlo cuando acuda a votar el próximo 23 de julio. Que luego pasa lo que pasa.

 

 

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