Algo pequeñito

Tiresias

www.nosolomerida.es | Festival de Mérida | Los Titanes. La furia de los dioses | Lo cierto es que los precedentes de la entente cordiale formada por la productora Rodetacón y el Festival de Mérida bajo el mandato de Jesús Cimarro no invitaban a lanzar las campanas al vuelo: ni Hércules. El musical (2015), ni La bella Helena (2017), ni La corte del faraón (2019), habían alcanzado el aprobado en ediciones anteriores. La estrategia de poner al frente de sus repartos a viejas glorias rescatadas del olvido, segundones salidos de talent shows, rostros televisivos populares tiempo atrás o voces habituales en musicales de segunda fila, nunca fue suficiente para dotar de entidad artística a proyectos que evidenciaban presupuestos ajustados y agotamiento de ideas. El equipo artístico siempre fue (más o menos) el mismo: Ricard Reguant en la dirección, su hija Xènia en las letras o en la ayudantía, Ferrán González al frente del apartado musical y Maite Marcos y Cuca Pon como responsables de las coreografías. Igual daba que abordaran una creación original o que adaptaran una opereta o una zarzuela. El patrón se repetía. El fiasco, también.

En Los titanes. La furia de los dioses sucede más de lo mismo. Como diría Nacho Vegas: Nuevos planes, idénticas estrategias. Similar resultado, añade el cronista. El equipo médico habitual —al que habría que añadir al productor ejecutivo Juan Carlos Parejo, que esta vez se suma a la autoría— ha confeccionado para su cuarta aventura un cartel encabezado por Ramoncín —desafiando el apotegma de que “los viejos roqueros nunca mueren”—, Daniel Diges —ensombrecido por su eurovisivo Algo pequeñito— y Antonio Albella —aliviado por el batir de sus inesquivables abanicos—, a quienes acompañan un puñado de secundarios fijos discontinuos de la empresa. Si acaso, cabe añadir que el alcance de su flamante propuesta artística es aún menor que en anteriores ocasiones. La trama se limita a enumerar la docena de titanes nacidos de la unión entre Urano y Gea —el cielo y la tierra— intercalando algunas de sus más populares batallitas entre sus números musicales. Todo ello con un lenguaje a la altura de un libro de texto de Primaria.

La resultante es, a todas luces, insuficiente para merecer un estreno en el Teatro Romano de Mérida dentro de la programación oficial de su Festival de Teatro Clásico. Un montaje con semejantes hechuras encajaría mejor en teatros de repertorio en los que un público familiar pudiera disfrutar en comandita de una didáctica lección de mitología griega que haría las delicias de los más pequeños, principalmente porque se sentirían más que identificados con el parvulario interpretado por los niños del coro del colegio Donoso Cortés de Don Benito; quienes, por cierto, son los que acaparan toda la (escasa) gracia del asunto.

 

 

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